sábado, 11 de abril de 2009

El príncipe y las dos bolas mágicas.

Erase una vez un príncipe que se llamaba Juan VI y que vivía en un pueblo de España llamado Sierra Rota. Tenía ciento tres años y quería convertirse en joven.
Un día que iba paseando por el bosque de Sierra Rota, se encontró una bola mágica y se la llevó al castillo. Y un día tras una tormenta gigante, la bola mágica se iluminó después de que un rayo le diera en el centro mismo. Entonces después de la tormenta el príncipe le pidió un deseo.
¿Pero qué deseo le solicitó a la bola?

– Bolita, bolita, demuéstrame si eres mágica de verdad convirtiéndome en joven.
– Sí, puedo hacerlo, pero antes tienes que ir al bosque a buscar a otra bola mágica para que pueda hacer el deseo entre las dos.

El príncipe corrió al bosque en busca de la otra mágica. Después de una hora muy larga buscando la bola, se la encontró al lado de un lago encima de una piedra. Como no podía cogerla, fue al castillo cogió una caña y volvió nuevamente. Pero se equivocó de caminó y se perdió, después vino un pájaro carpintero que hablaba y que se llamaba “Martillo”. El viejo príncipe le pregunto:
– ¿Tú sabes dónde está el lago de Sierra Rota?
– Toc, toc, sí, sí, sé donde está, sígueme, yo te guiaré.
Entonces el príncipe fue detrás de Martillo hasta el lago. Una vez en el lago, cogió la caña y atrapó la bola mágica y le dijo al pajarito:
– Martillo, no te vayas. ¿Quieres ser mi mascota.
– Toc, toc, sí, sí, sí quiero.
– Pues sígueme hasta el castillo.
Con la bola y con Martillo llegaron hasta el castillo, y buscaron a la otra bola mágica. El príncipe dijo:
– Mira, bola mágica ya tengo a tu hermana, ahora quiero que cumplas lo prometido.
– Pero ¿Quién es ese pajarito tan mono?
– Ah, ¿este? Es Martillo, me lo encontré en el bosque cuando buscaba a tu hermana, cuando me perdí, el me dirigió hacia el lugar donde estaba ella.
– Pues lo puedes dejar en tu jardín, el no se escapará.
– Pero, ahora quiero que cumplas mi deseo.
- Tu deseo se cumplirá! ¡pim, pum, pam!
En ese momento el príncipe se miró al espejo y se alegró muchísimo porque parecía que tenía dieciocho años. Colorín, colarado, este cuento se ha acabado.